domingo, 5 de octubre de 2008

Hay que pasar el invierno


A contramano de la primavera, que reprodujo por docenas a jóvenes socios con sus mochilas al hombro, Betty persistió por los primeros días de septiembre con el vestuario invernal de montgomery gastado que alguna vez fue de Alcides y gorrito pituco, regalo de María Luisa para el Día del Amigo.
Dispuesta a pasar por alto semejante muestra de frío interno, le preparé un tecito helado y se lo llevé hasta el depósito, con la secreta esperanza de que su incursión por esos anaqueles no tuviera otra razón que el orden obsesivo. Pero esa posibilidad quedó rápidamente descartada cuando vi a Betty asomada a la banderola y susurrándole vaya a saber qué cosa al bicho canasto que cuelga ahí desde marzo.
Mientras se bajaba, y lejos de hacer algo por superar la incomodidad de la escena, Betty se explayó en las dificultades que su don de gentes afrontaba frente al silencio con que la larva resistía los intentos de diálogo.
Aprovechando que los anaqueles que quedaban a la altura de mi mirada cargaban con algunos clásicos de la lingüística pragmática, intenté raudamente soltarle un conjunto de ideas sobre la posibilidad del diálogo, los actos de habla y las últimas teorías de la comunicación.
Pero Betty, con la mirada comprensiva de quien ya pasó por todas esas explicaciones de papers académicos y los test de Para Ti, miró fijamente los dos cubitos que flotaban en el ice tea hasta que dejé el bla bla.
Un rato después, asentí en silencio cuando Betty me dijo de la necesidad de hablar aunque el otro ya no escuche, y de las bondades de callarse cuando las explicaciones ya fueron demasiadas o quizás ninguna, y de la duda entre gritar o llamarse a silencio por mil años, y de la dificultad de entender el modelo de Jakobson, sobre todo cuando llega la primavera y sigue haciendo tanto frío.