viernes, 29 de agosto de 2008

El regreso de los muertos vivos


Cuando la cercanía de la primavera prometía un cambio de aire y de clima, Betty tuvo que hacerse presente en otro velorio, del que volvió, sin embargo, rozagante y con la promesa de armar una reunión de colegas en cuanto se le fuera de la ropa el olor a crisantemos.
Volvió a sentarse en la punta de mi escritorio, como hacía un tiempo que no hacía, y se despachó con un anecdotario que derivó sin decir “agua va” en la defensa de la acción por sobre la reflexión y algunas perspectivas acerca del gremialismo, el jamón serrano y el pirograbado como expresión del ser nacional. Calculo que cuando me vió lo suficientemente distraída, dejó justo al lado del portalápices el papelito que había sido la verdadera razón de tamaño despliegue y se fue murmurando alguna disculpa en nombre de Calvino y una observación acerca de la necesidad de archivar todo el anaquel de Literatura Italiana, si queríamos evitar algún accidente:

El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.

domingo, 3 de agosto de 2008

Te invito a mi fiestita


Durante el mes en el que me tomé unas ocultas vacaciones con presencia en en el lugar de trabajo, Betty tuvo la mala fortuna de verse obligada a concurrir a unos cuantos sepelios, en los que escuchó las frases hechas (o no tanto) con las que se recordaba a los correspondientes finados.
Y en vez de dejarle a ella la responsabilidad de andar preguntándose el porqué de tanto velatorio, me quedó a mí preguntarme si, muerta ahora mismo, en este mismo instante, todo el mundo andaría comentando sobre mí que siempre estaba distraída en otra cosa, o haciendo malabares con lo urgente, o demasiado preocupada por no cometer errores.
Puesta a pensar, digo, con el tecito en la mano, me dije a mí misma que si tuviera las agallas, tendría que vivir como si la tertulia en la vereda del propio velorio estuviera a la vuelta de la esquina; o mejor, ir preparando la escena para que uno pueda reconocerse más o menos felizmente en el muerto que dejó.