Después de que nos dejara hace un tiempo sin más explicación que la búsqueda de algunas certezas existenciales, Betty finalmente abrió la puerta de la BPMP, sonriente y con un par de kilos más, mientras el referencista se animaba con voz cálida pero dudosa entonación a tararear bajito “Volvió una tarde, no la esperaba…”.
La vuelta dejó clausuradas las apuestas acerca de los motivos y de un solo plumazo me obligó a abandonar en la fotocopiadora el original de una carta que pensaba repartir para Navidad, en la que la ausencia y la falta de timing eran los temas principales antes de terminar con un optimista “Felices Fiestas”.
Después de un rato me quedé tomando un licuadito, el nuevo trago para las horas del cierre en este verano, y decidí que en todo caso la llegada de Betty era otra forma de esa carta y la evidencia de que el sentido de la oportunidad casi nunca depende de nosotros y no podemos hacer mucho más que estar atentos.
La carta, que había salido sin errores de tipeo, trataba de decir algo acerca de los trenes que no vuelven a pasar, o de los que nos tomamos alguna vez y ya terminaron su recorrido, y también acerca de la imposibilidad de ajustar los relojes con los otros como en las series de espías que disfrutábamos tanto con María Luisa y en las que, cronómetro en mano, todo podía (y debía) salir perfecto. En cambio, la carta no decía nada de la lógica evidencia de que en el fondo se trata de dar lo que otro necesita en el momento adecuado y estar dispuesto a recibir lo que se nos ofrece y poder ver además que está disponible, y que cada uno arma sus propias temporadas, y después queda saber si coinciden o no con las de los que nos rodean, y así interminablemente. Y la carta también evitaba decir, para no caer en un tono melancólico, que casi todo se trata de timing y que de eso dependen demasiadas cosas, y que pasarla mal o bien se juega casi siempre en el ajuste del reloj con otros y con uno mismo.
Pero con cierto criterio decidí que la vuelta de Betty le quitaba sentido a semejante misiva, y sin fotocopiarla la guardé en un bibliorato para una mejor oportunidad y compré unas cuantas tarjetas con unos motivos navideños realmente preciosos.
La vuelta dejó clausuradas las apuestas acerca de los motivos y de un solo plumazo me obligó a abandonar en la fotocopiadora el original de una carta que pensaba repartir para Navidad, en la que la ausencia y la falta de timing eran los temas principales antes de terminar con un optimista “Felices Fiestas”.
Después de un rato me quedé tomando un licuadito, el nuevo trago para las horas del cierre en este verano, y decidí que en todo caso la llegada de Betty era otra forma de esa carta y la evidencia de que el sentido de la oportunidad casi nunca depende de nosotros y no podemos hacer mucho más que estar atentos.
La carta, que había salido sin errores de tipeo, trataba de decir algo acerca de los trenes que no vuelven a pasar, o de los que nos tomamos alguna vez y ya terminaron su recorrido, y también acerca de la imposibilidad de ajustar los relojes con los otros como en las series de espías que disfrutábamos tanto con María Luisa y en las que, cronómetro en mano, todo podía (y debía) salir perfecto. En cambio, la carta no decía nada de la lógica evidencia de que en el fondo se trata de dar lo que otro necesita en el momento adecuado y estar dispuesto a recibir lo que se nos ofrece y poder ver además que está disponible, y que cada uno arma sus propias temporadas, y después queda saber si coinciden o no con las de los que nos rodean, y así interminablemente. Y la carta también evitaba decir, para no caer en un tono melancólico, que casi todo se trata de timing y que de eso dependen demasiadas cosas, y que pasarla mal o bien se juega casi siempre en el ajuste del reloj con otros y con uno mismo.
Pero con cierto criterio decidí que la vuelta de Betty le quitaba sentido a semejante misiva, y sin fotocopiarla la guardé en un bibliorato para una mejor oportunidad y compré unas cuantas tarjetas con unos motivos navideños realmente preciosos.