Las variadas actividades de la institución me tuvieron sumamente ocupada; y aunque le indiqué a Betty que me suplantara en la tarea (“Betty, ocupate”, le dije) siguió, como siempre, con otra cosa.
Cuando me hice un rato frente al monitor, advertí que nuestra estimada socia Pdepau manifestaba su curiosidad acerca de la figura de Alcides. Y aunque me gusta contestar todas las consultas, varias razones dificultan, en este caso, la tarea: la condición institucional de este blog, y el fin del verano.
Si las hordas de muchachitos adolescentes que con su desesperación de exámenes son las que nos avisan a Betty y a mí que los morosos días de enero y febrero han terminado, hubo una época en que ese límite lo imponía Alcides apareciendo en la Sala de Lectura con la campera puesta. Y aunque me apoyaba en una variada bibliografía para manifestarle que el verano era un estado y no una época, esos argumentos nunca fueron suficientes.
Alcides, por naturaleza reflexivo, se despachaba sin más con algún informe periodístico en el que se decía que había que cosas que estaba bien o mal usar en la playa. Y así, aunque el verano según él ya no existía, lo usaba para explicar que había empezado la época del orden y la mesura, cosas que en realidad nunca debieran haberse olvidado.
Era inútil decirle que uno se arma su propio verano y si quiere se pone ojotas con medias y se calza un libro bajo el brazo y que eso puede incluso transformarse en tendencia. Alcides entregaba prolijamente los volúmenes que se había llevado en préstamo, volvía por noviembre, días más, días menos, y nunca comentó qué opinaba de la primavera.
La foto de Sierra de los Padres que originó esta inquietud de nuestra socia la sacamos en pleno enero y sigo pensando que lucimos jóvenes confiados y felices. Pero ahora se ve que yo trato de disimular en mi mano la lista de libros para la playa que Alcides me había dictado. Seguramente por julio la pondremos a disposición de los lectores para seguir brindando los servicios de los que esta institución es responsable.
Cuando me hice un rato frente al monitor, advertí que nuestra estimada socia Pdepau manifestaba su curiosidad acerca de la figura de Alcides. Y aunque me gusta contestar todas las consultas, varias razones dificultan, en este caso, la tarea: la condición institucional de este blog, y el fin del verano.
Si las hordas de muchachitos adolescentes que con su desesperación de exámenes son las que nos avisan a Betty y a mí que los morosos días de enero y febrero han terminado, hubo una época en que ese límite lo imponía Alcides apareciendo en la Sala de Lectura con la campera puesta. Y aunque me apoyaba en una variada bibliografía para manifestarle que el verano era un estado y no una época, esos argumentos nunca fueron suficientes.
Alcides, por naturaleza reflexivo, se despachaba sin más con algún informe periodístico en el que se decía que había que cosas que estaba bien o mal usar en la playa. Y así, aunque el verano según él ya no existía, lo usaba para explicar que había empezado la época del orden y la mesura, cosas que en realidad nunca debieran haberse olvidado.
Era inútil decirle que uno se arma su propio verano y si quiere se pone ojotas con medias y se calza un libro bajo el brazo y que eso puede incluso transformarse en tendencia. Alcides entregaba prolijamente los volúmenes que se había llevado en préstamo, volvía por noviembre, días más, días menos, y nunca comentó qué opinaba de la primavera.
La foto de Sierra de los Padres que originó esta inquietud de nuestra socia la sacamos en pleno enero y sigo pensando que lucimos jóvenes confiados y felices. Pero ahora se ve que yo trato de disimular en mi mano la lista de libros para la playa que Alcides me había dictado. Seguramente por julio la pondremos a disposición de los lectores para seguir brindando los servicios de los que esta institución es responsable.