Un querido socio de la Biblioteca, más partidario de llevarse los libros a domicilio que de sentarse en la Sala de Lectura, estuvo el sábado renovando el carnet y, como de costumbre, Betty le ofreció un cafecito con el evidente deseo de que la charla le hiciera más llevadera la guardia de fin de semana.
Lejos de todas las previsiones, el muchacho se despachó con la angustia que le producía la prueba (teórica y práctica) a la que iba a someterse para cumplir con su sueño de formar parte de la Selección Nacional de
Hockey bajo el Agua. Conciente de su tarea, Betty tardó apenas un minuto en traer de los anaqueles el Reglamento correspondiente y sumarlo a la lista de préstamos del día.
Un rato después nos enterábamos de que los jugadores suben por turnos para tomar aire con su snorkel y que siguen viendo el partido desde arriba, y de que cada uno tiene una zona definida de juego, y de que hay equipos mixtos.
Betty y yo nos quedamos charlando hasta tarde, sin decidirnos acerca de si se trataba de un deporte solitario o grupal, recordando el silencio estridente que se escucha bajo el agua y la distancia que siempre es más grande con esa masa líquida de por medio.
Y también pensamos, creo yo, que de vez en cuando está bueno salir y tomar aire, y tener perspectiva pero seguir listos para sumergirse de nuevo.
Lo que no sabemos, aunque Betty sugirió algunas opciones, es qué tipo de anfibio es el árbitro y dónde se sienta el público.