El devenir de los sucesos y una rápida visita a la Sala de Lectura me anoticiaron de que los temores que me acosaban a la hora de la partida no eran infundados. Algunos volúmenes por el piso, dos o tres folletos de corte panfletario de un ignoto partido político, la maqueta pintada con colores estridentes y, escondidos detrás de una preciosa edición del Decamerón, un slip rayado y dos bonetes.
Indecisa a la hora de definir cómo seguir adelante, la nota manuscrita (evidencia de una mano temblorosa) con la que Betty me informaba de la rara enfrmedad que la obligará a estar ausente por tres días, hizo que todo encajara.
Lo que queda ahora es ordenar los libros en el estante, quemar los folletos y guardar el slip junto con los otros souvenirs que confirman una línea de conducta. Esta noche, con la botella de Baileys que sobrevivió milagrosamente a estas últimas jornadas, voy a tocarle el timbre a Betty, para que me cuente otra vez la historia de cómo nos conocimos, y tal vez la invite al bingo, para evitar que empecemos a preguntarnos acerca de la responsabilidad, la conducta y el uso del dinero de los subsidios.