Más preocupada por el brindis de fin de año que por dar explicaciones acerca de su larga ausencia, Betty entró la otra tarde a la Biblioteca cargada con dos cajas de Ananá Fizz, diez turrones y el convencimiento de que semejante esfuerzo no tenía consecuencias para el lumbago que la tiene a mal traer desde hace meses. María Luisa, el referencista, el auditor en jefe y yo misma corrimos a asistirla, un poco fastidiados a esta altura por esa mezcla de negación y voluntarismo que se vuelve tan propia de Betty por estas fechas.
Sin embargo, el nudo de brazos y recriminaciones en el que terminó el salvataje de urgencia, dejó que apareciese, lento pero seguro, el espíritu comunitario que se había quedado afuera de todas las previsiones de fin de año para la Sala de Lectura: Betty, arreglándose la blusa estampada con minúsculos arbolitos de Navidad y renos sonrientes, propuso sin más que tratáramos de repetir el entuerto de extremidades con las copas de plástico en la mano y bien cargadas de espumante, mientras hablaba de la buena predisposición de los turrones para durar de unas fiestas a otras.
Y mientras conseguía que el auditor abriera las primeras botellas, se despachó con la lista de previsiones para el brindis, que incluía la prohibición de uso de la mano derecha, la indiscutida mirada a los ojos, la interdicción sobre el agua, el sorbo antes de apoyar las copas en los escritorios y otras delicias del protocolo de la suerte y la cábala.
Para el octavo Ananá Fizz, afortunadamente las únicas reglas que quedaban en pie eran aquellas de que hay que estar dispuesto a barajar y dar de nuevo, abrir o cerrar las puertas cuando te parezca, dibujarte los mapas que mejor te cuadren y estar listo para persistir o tal vez totalmente distraído para lo que venga.
Sin embargo, el nudo de brazos y recriminaciones en el que terminó el salvataje de urgencia, dejó que apareciese, lento pero seguro, el espíritu comunitario que se había quedado afuera de todas las previsiones de fin de año para la Sala de Lectura: Betty, arreglándose la blusa estampada con minúsculos arbolitos de Navidad y renos sonrientes, propuso sin más que tratáramos de repetir el entuerto de extremidades con las copas de plástico en la mano y bien cargadas de espumante, mientras hablaba de la buena predisposición de los turrones para durar de unas fiestas a otras.
Y mientras conseguía que el auditor abriera las primeras botellas, se despachó con la lista de previsiones para el brindis, que incluía la prohibición de uso de la mano derecha, la indiscutida mirada a los ojos, la interdicción sobre el agua, el sorbo antes de apoyar las copas en los escritorios y otras delicias del protocolo de la suerte y la cábala.
Para el octavo Ananá Fizz, afortunadamente las únicas reglas que quedaban en pie eran aquellas de que hay que estar dispuesto a barajar y dar de nuevo, abrir o cerrar las puertas cuando te parezca, dibujarte los mapas que mejor te cuadren y estar listo para persistir o tal vez totalmente distraído para lo que venga.
2 comentarios:
la extrañamos el 31-1°, martite.
sea cual fuese la regla a seguir (si está totalmente distraída, si se le da por abrir alguna puerta, si reparte de nuevo los naipes o si dibuja un mapa incierto con los pasos) sea cual fuese, que la sorprenda gratamente, compañera!
se la essstraña.
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